martes, 25 de octubre de 2011

¿Ngen Mapu 2?




1.-

            Jimbo pone leña bajo el caldero negro. Las llamas se reflejan danzarinas sobre la pared, donde un pentagrama invertido luce más rojo que nunca. La puerta se abre y Jimbo hace una reverencia para recibir a su ama.
            Catalina de los Ríos y Lísperguer entra como un alma en pena a la habitación redonda. Su piel opaca se escurre por las marcadas arrugas que surcan su rostro. Sus ojos son dos líneas rojas rodeadas de purpúreas ojeras. De la radiante belleza que antes lucía ahora solo queda el andar majestuoso y el cuerpo delgado y largo.
            - Llamad al otro – ordena Catalina sin voltear a ver a su sirviente. Jimbo desaparece entre las sombras. Un gato negro maúlla mientras la puerta se cierra.
            El caldero está en el centro exacto de la habitación y sobre él, un boquete abierto por donde escapa el humo. Catalina observa a través del orificio como la luna llena comienza a entrar en su campo de visión. En el brebaje que hierve dentro del caldero se refleja su imagen, pero en lugar de brillar ambarina, relumbra roja como la sangre. Avanza lentamente sobre el burbujeante líquido, hasta que la circunferencia de la luna se ve por completo.
-          Maestro – dice Catalina, a la vez que se arrodilla. Sobre la luna roja se impone una sombra negra, que luego se reduce hasta transformarse en una delgada línea, similar a la pupila de un reptil – es un honor sentiros.
Muy lejos de ahí, en España, en la cima de la torre más alta del castillo imperial, una oscura figura masculina observa el paisaje que se muestra a sus pies. Sus ojos felinos refulgen rojos dentro de la oscuridad de su capucha.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Mi viejo roble


            El proceso fue lento, casi imperceptible, pero las décadas pasaron implacables y su carne no podía menos que ir cediendo a los embates de las horas, que como insaciables termitas roían impacientes tu astillosa piel. Pero a pesar que el tiempo deja su huella caótica en los etéreos y casi imperceptibles seres que habitamos aquí, tú luces siempre eterna. Parece que el tiempo eres tú, nació contigo y morirán juntos, pues no podría concebir un mundo donde tú no existas.
            Cada vez que tallo un capítulo de mi vida en tu corteza, siempre asoma un nuevo espacio donde seguir escribiendo. Como si absorbieras mi sufrimiento y lo guardaras en tu ser para así evitar que yo siga cargando con mi implacable conciencia. Sé que parece algo burdo y hasta incoherente, pero lo cierto es que todos poseemos la certeza de estar vivos y quien más quien menos, a todos nos pesa la mochila de nuestras vidas. Para algunos es una mochila existencial, para otros, simplemente una maleta llena de recuerdos, pero más allá del tipo de carga que cada uno lleva, solo yo cuento con tus ramas siempre dispuestas a colgar las mochilas y maletas de mi conciencia. Y es que gracias a ti o mejor dicho, por culpa tuya, mi carga es a veces tan ligera que tengo la impresión de no estar vivo y aunque sé que para muchos esto puede ser una bendición, para mí se ha transformado en una pesadilla, porque esta falta de culpa trae consigo una falta de responsabilidad. El concepto es simple, si no tengo que cargar con mis propios pecados, tampoco tengo que responsabilizarme de ellos y eso produce una vida zombi, una existencia repleta de acciones, pero sin reacciones, carente de consecuencias y culpas, y por ende, sin responsabilidad.
            Pensar en eso me hace amarte más que nunca, porque por más que lo medito, creo que no podría concebir una vida sin ramas para mis errores, cortezas para mis amores y raíces regadas por las lágrimas de un simple mortal que te debe la vida. Una vida de zombi, es cierto, pero vida al fin y al cabo.

viernes, 5 de agosto de 2011

La vida no me pesca...



            Si supieran lo que me ocurre, pensarían que estoy loco. Pero no es así, es solo esta puta vida que no se aburre de maltratarme. Porque la vida es injusta, todos lo sabemos, pero conmigo ha sido una perra. Y desde muy pequeño, cuando apenas era un niño, me di cuenta que se ensañaría conmigo.
               Fue un verano cualquiera, como todos los que pasaba en Viña con mi familia. Siempre apretados en el departamento, pero no importaba mucho, ya que estábamos casi todo el día en la playa. Y como era cruzar la calle y tirar la toalla, hasta yo podía ir solo sin que nadie se preocupara demasiado. Digo hasta yo, porque entonces tenía como 8 ó 9 años y comprenderán que a esa edad es raro que un niño vaya solo a la playa.
Como nunca, ese año éramos 12 en el departamento. Para imaginarse lo hacinados que estábamos, bastará decir que había sólo 8 camas, distribuidas en 3 piezas, living y comedor. Recuerdo que hasta la mesa se transformó en camarote, con el papá de la Titi durmiendo encima y Joaquín abajo, en el suelo.
Frente a la escasez de espacio, a los adultos no se les ocurría nada mejor que mandarnos a jugar afuera, para que ellos pudieran descansar. Así, todos los niños, y no éramos pocos, pasábamos en la playa, la avenida Perú o por los estacionamientos del edificio.

sábado, 30 de julio de 2011

Nada nuevo en la TV

Prendí la televisión y al ver lo que mostraban, no pude evitar preguntarme: “¿Otro reality show? Cada tres meses dan uno nuevo. Quizá de qué tratará éste…”.
No tuve que esperar mucho para darme cuenta de lo que narraba: ¡asaltantes de casas! Es el tercer reality de ladrones que veo y todos son iguales. Típico que violan a la dueña de casa y amarran a los cabros chicos. A dónde iremos a parar. ¿Es que a nadie se le ocurre algo nuevo? 

martes, 5 de julio de 2011

Epístola

A quien corresponda:

            Escribo esta carta con la esperanza que quizá, algún día, entiendan por qué hice lo que hice. Que a través de sus palabras encuentre redención. Que tú, quien quiera que seas, logres perdonarme.
            Lo nuestro terminó aún antes que iniciara. Antes que volviéramos. Pero igual queríamos, o mejor dicho, teníamos que comprobarlo. Vivir la experiencia y así, por fin, darnos cuenta que se había acabado, que no restaba nada más por hacer.
            Nuestra relación se extiende desde hace diez años, cuando aún éramos unos niños jugando a ser adultos, soñando con efímeros encuentros sexuales, construyendo familias en castillos de papel. Estábamos enamorados y más que eso, cegados en nuestra mutua obsesión de absorver al otro sin medida ni consideración. Era como si quisiéramos ser el otro. Como si no hubiera un nosotros, sino un yo con un agregado. Algo que está para satisfacernos y obedecernos, sin importar si piensa diferente. Si no hubiera sido por eso, quizá hubiera funcionado, pero el hecho es que ambos queríamos lo mismo. Hacer del otro un apéndice, un agregado que sólo está ahí para darnos lo que nos falta. En mi caso, una mano extra para masturbarme, un agujero tibio donde poder enterrar mis frustraciones y rabia. Para ella, era el amor que desde niña le fue negado, primero por su padre al desaparecer antes que naciera y luego por su madre, siempre abstraída en sus preocupaciones, jamás dándole el cariño que pedía a gritos.
            En eso estuvimos durante siete años, yo exigiéndole ser la pared donde arrojar las piedras mi ira. Ella, transformándome en el saco de amor que tanto necesitaba. Pero la situación tenía que reventar, la pared debía caer, la bolsa llena de amor, vaciarse.

viernes, 10 de junio de 2011

Historia de un eterno romántico en el metro (y un narrador poco perceptivo que cuenta su historia)

            Y pensar que más encima tengo que pagar para ser aplastado y molido en medio del estómago del gran dragón celeste y eléctrico. Es una ironía en la que medito largamente mientras desciendo por la cueva donde él habita. Pero me queda un consuelo: sé que hoy la volveré a ver y no dejo de pensar en cuándo y dónde me encontraré con ella, en si será rubia o morena, o quizá tenga un color de cabello sicodélico, algo como fuccia o azul. Quizá por fin sea tan alta como quiero y quizá por fin tenga esos ojos verde esmeralda que me hacen soñar con un futuro verde y un pasado azul. No lo sé con certeza, pero lo que tengo claro es que hoy la veré y también hoy, la volveré a amar, azul como antes y verdísima para mañana.

            Son las ocho y media, la hora más congestionada del metro de Santiago. Él hace su aparición en la estación Toesca, como rutinariamente repite día a día. Siempre que entra, cumple con el mismo ritual: frente a la boletería abre su billetera y revisa si tiene el boleto para entrar y aunque sabe que siempre está ahí, detrás de su ajado carné, lo hace mirando al cajero, como buscando una explicación en sus ojos. Después, también igual que siempre, baja presuroso la escalera y recorre el andén en busca del panel donde se ponen los afiches de obras de teatro, seminarios, festivales y cosas así, y tal como ocurre siempre, apenas llega frente a él, aparece el tren que interrumpe la lectura que nunca empezó.

            Antes de ser devorado por la bestia, alcanzo a ver los rostros de aquellos que empezaron a ser digeridos antes que yo. Sus fauces se abren implacables y me sumerjo sin gritar en la masa amorfa que alimenta sumisa al dragón celeste y eléctrico. Pero no me interesa, sé que apenas cierre su hocico lo tendrá que abrir para dejarme salir en busca de su hermano mayor. Y una vez más huiré despavorido de la masa informe en busca del otro dragón celeste y eléctrico, con la esperanza eterna de encontrarme con ella y disfrutar otra vez de la paz de su mirada perdida en la multitud anónima.

            Al abrirse la puerta, intenta entrar empujando sutilmente, sabe que si no presiona a sus temporales compañeros de viaje no lo dejarán abordar, pero también, conocedor de este tipo de menesteres, sabe que si ejerce demasiada fuerza tendrá algún encontrón, o por lo menos, algún comentario sarcástico respecto de su torpe estilo para subir. Aunque esto no le preocupa demasiado, trata de evitar los malos ratos que una actitud demasiado agresiva podría causar. Por fin, dentro del carro, su mirada extraviada está tan seca y vacía como lleno está el vagón, y es que él sólo piensa en llegar a su trabajo y por eso se deja guiar obedientemente por la marea humana que desciende del tren en busca del trasbordo que los hará llegar puntuales a sus oficinas.

            Con la mente ligera, me arrastro solitario a través de la multitud anónima, con la certeza que entre la carne molida está ella, esperando que mis ojos la encuentren, radiante y perfecta. Igual que siempre. Azul como antes y verdísima para mañana. Pero por más que busco, no logro hallar la magia del amor casual y ya casi entro al estómago insaciable de la bestia junto al resto de la materia fecal, misma que hace resaltar más tu belleza pura y casta. Y es que aunque inmaculada a mis manos, mis ojos no dejan de acariciarte, besarte, desearte, como arte, cuadro de técnica mixta sobre tela, sin restricciones carnales, sólo mentales. Una galería de arte o mejor aún, una galería de deseos, donde presento por enésima vez una exposición individual, y tú, por enésima vez, no lo notarás o peor aún, quizá lo notes y hasta disfrutes y sonrías con mi exposición. Y después, todo acabará verde en una estación sin nombre y con gusto a despedida azul.

            Mientras baja por las escaleras en busca del trasbordo que lo hará llegar a su oficina, la multitud apura o frena su andar según sus caprichos e involuntarios deseos, y él la obedece sin cuestionamientos, porque su vida carece ya de ellos. Su devenir diario parece estar marcado con la entrada y salida del metro, pues es en estos menesteres en donde su rostro de muerto luce su real sentir. Aunque sentir es una exageración, porque él hace mucho tiempo dejó de sentir, incluso cuando debe luchar por entrar en aquel vagón repleto. Los Héroes debe ser la estación más atochada de todo el metro y es en ella donde su impavidez resalta con mayor fuerza, porque mientras lo empujan, aplastan y tironean, su rostro seco de todo sentir busca por sobre la multitud los sentimientos que extravió tanto tiempo atrás.

            Estoy rodeado, aplastado y los jugos gástricos de la bestia empiezan a hacerse sentir, implacables, como la arena sobre el tiempo. Por suerte la criatura defeca en cada parada la bosta nauseabunda que rellena su estómago implacable. El ambiente se hace respirable y desaparece el vaho ocre de la papilla humana que rodea tu cuerpo sinuoso. Absorto en este pensamiento, nado en busca de las islas de tus senos, el único salvavidas al cual puedo asirme en medio de la desesperación. La voluntad empieza a flaquear y mi cuerpo sin fuerza comienza a hundirse anónimo en la marea ácida. El gran dragón celeste y eléctrico hace su cuarta parada. Alabada detención, sagrada cagada, maldita ingestión. Pero esta vez, cuando la bestia vuelve a tragar, apareces tú, celestial y diabólica, perfecta y soñada. Hoy luces mejor que nunca jamás, más bella que la belleza misma, perfecta como el cielo estrellado y jamás chocado. Hoy traes el cabello castaño y los ojos azules como el pasado, la estatura justa del presente y el rostro verdísimo del futuro. Me pregunto como te llamarás hoy, donde hibernarás la tarde, quizá hasta tenga la suerte de compartir contigo mi turno de ser defecado, aunque sé que nunca juntos, porque tú no puedes ser parte de la materia inerte y hedionda que expulsa el gran dragón. No, tú sales orgullosa y erguida, rodeada por un aura magnífica que evita que el mundo te roce. Ojalá hoy sí tenga esa suerte.

            Mientras el tren avanza, por fin, después de mucho, es posible percibir una pequeña reacción emocional, quizá sea un acto reflejo, o quizá sólo sea una luz que aparece en sus ojos debido que la gente no repleta el vagón como antes, pero lo que sea, ya es algo. O mejor dicho, bastante, demasiado inclusive, sobretodo para este ser abstraído de la vida, estresado por el trabajo, absorto en responsabilidades, carente de sentimientos, un muerto afuera de la oficina. Un ser que claramente nace al bajar del metro en la mañana y muere al subir en él por la tarde. Ese tipo de ente que aunque una bella mujer de azules ojos se ha colocado a su lado, su única reacción es un largo y ambivalente suspiro. Y es que todos sus pensamientos se orientan a cumplir sagradamente con su trabajo, con la labor diaria que le asignan, en lograr sus objetivos sin pensar que en su interior su alma se seca irremediablemente.

            Mi mirada, abstraída del entorno y cerrada en tu belleza, me hace pensar en la crueldad de afrodita, que manda a su hijo con flechas implacables, siempre dispuesto a hacerme caer y decaer en tu hermosura distante y abstracta. Inalterable en su esencia y siempre variable en la piel, tu belleza única es sinónimo de amor platónico en el interior del estómago de esta criatura celeste y eléctrica. Descubro feliz que notas mi existencia, que percibes mi alma etérea rodeando tu cuerpo voluptuoso y es entonces cuando más sufro, porque sé que este breve contacto deberá terminar, azul como antes y verde en el futuro.
Desdichado de mí, que soy el único que sabe lo implacable de esta verdad que aún desconoces, no por azar, sino porque estás inmaculada, incluso de la crueldad del destino, que imperturbable nos obliga a separarnos y reencontrarnos diariamente, para que así pueda sufrir mi vida y gozar los breves espacios cuando cruzamos nuestra existencia en el devenir diario del dragón celeste y eléctrico. Pero no importa demasiado, porque siempre me queda la verde promesa de un encuentro futuro y el azul recuerdo de la despedida.

            En la medida que el tren avanza, el rostro inerte de nuestro protagonista parece adquirir matices de iracunda esperanza. O quizá sea que la hermosa mujer de ojos azules lo observa y hace que toda la rabia de los seres menos afortunados que él se reflejen en su cara y agite su corazón carente de sentimientos. Existen muchas razones para vivir y más razones aún para sentir, y por lo mismo, ver alguien incapaz de transmitir nada es quizá más asfixiante que el metro lleno de la estación Los Héroes. Y mientras más vacío queda el vagón, más vacía su alma, que por lo menos antes escondía su vacuidad con el latir constante de los corazones que la rodeaban, pero que ahora parece sólo tener el bip uniforme del código binario de la computadora de su oficina.

            Malditas encrucijadas, y aunque nada de lo que está relacionado contigo pueda ser maldito, el hecho que tu aura desaparezca apenas unos minutos antes que la mía es una maldición en sí misma, independiente de ti e incluso de mí. Es un destino cegado, abandonado de la belleza del amor, egoísta en esencia y ambicioso en horror. Porque no existe otra forma de describirlo, sino egoísta y ambicioso, deseoso siempre de arruinar mi arruinada existencia. Vida maldita, ya que cargo sobre mis hombros la maldición del amor diario, amor absoluto y perfecto, o mejor dicho, casi perfecto, porque siempre es breve, demasiado breve. Y justo hoy, cuando por fin pensé que podría cambiar mi cruel destino cercando tu cuerpo, ya no más con mi mente sino por fin con mis brazos, mis labios, mi piel. Soñar no cuesta nada, pero en mi caso cuesta mucho, cuesta un azul pasado, siempre muy triste y muy azul.

            Al llegar a la estación Los Leones, el vagón queda prácticamente vacío. La hermosa mujer de azul mirada desciende en esta estación, llevándose con ella la esperanza de que los menos afortunados logren hacer sentir algo al único muerto que es posible ver caminando en los vagones del tren. Quizá sea exagerado, porque una leve aura de tristeza puede ser percibida si es que alguien se esmera en ello, aunque esto nunca será suficiente para afirmar que está vivo, porque la esencia de la vida son los sentimientos y es completamente imposible que una persona así sienta algo, salvo un poco de rabia y la levedad de una tristeza que asume pero que jamás reconocerá.

            Por fin logro ser desechado por la bestia, herido por flechas destellantes que cazaron mis esperanzas y calzaron mis sueños. Y es que así es mi vida. Azul como antes y verde en el futuro. Vida breve y cruel que transcurre entre la dicha de tu visión y los millones de minutos de tu ausencia. Aunque siempre me queda el consuelo de pensar en cómo serás cuando vuelva a entrar al estómago siempre hambriento de esta criatura que nada sabe del amor o la belleza. Lo bueno es que el verde futuro será igual que tú, etéreo y perfecto, eso ya lo sé, pero qué color de cabello tendrás, que sutil regalo aportarás a mi corazón que hará que maldiga a Afrodita y desprecie a su vástago. Mas en la certeza de un verde futuro y un azul pasado, siempre esperaré con ansias la tortura asfixiante del gran dragón celeste y eléctrico.

El rutinario y minúsculo vaivén del metro parece ser el espejo perfecto de la vida de este ser, que lo poco que siente, lo camufla con el maquillaje de su esquizofrénica rutina. Es que apenas una estación después del milagro de la tristeza, el desierto estéril vuelve a invadir el alma de este ser trabajólico, que baja del metro con la esperanza de otro feliz día de laburo, en donde el único sentimiento con el que deberá lidiar es el irrefrenable amor que su computador le brinda a diario. Es que no hay nada más placentero que una tarde de pasión frente al monitor y aunque sabe que este feliz día laboral deberá terminar, mantiene la esperanza de trabajar hasta tarde, muy tarde, y así poder prolongar lo más posible su eterno romance computacional y mantener alejado de él cualquier sentimiento real.

martes, 19 de abril de 2011

José Ramón

José Ramón despierta en medio de la nada. No recuerda cómo llegó ahí, tampoco sabe cuándo se durmió. Observa a su alrededor, pero sólo ve blanco. No existe ningún indicio de dónde empieza o termina ese lugar. Desconcertado, cavila sobre su situación.
Su educación castrense lo obliga a investigar la zona. Se pone de pie y camina en línea recta. Avanza cincuenta pasos y choca contra una inmaculada pared blanca, invisible a la vista, pero sólida como roca. Luego camina de vuelta por la que supone es la misma línea recta y cuenta cien pasos antes de golpear con la cabeza en la pared opuesta. Pasea los dedos por la superficie en busca de alguna imperfección, una grieta, un “made in china”, cualquier cosa que indique dónde está. El material es desconocido para él, parece algún tipo de acrílico. Lo golpea con el pie para probar su resistencia. Nada, ni siquiera un ruido. Tampoco hay sombras. La luz mana desde el alma de la habitación. José Ramón levanta sus brazos y observa su cuerpo con curiosidad. Viste una túnica de lino y alpargatas, ambas blancas e inmaculadas.
Recorre la pared en busca de una esquina, para así determinar la dimensión del lugar. Camina sin descanso durante dos horas y luego se rinde. Piensa unos minutos, se saca una alpargata y comienza de nuevo. Después de seiscientos veintiocho pasos y fracción, vuelve a encontrar su zapato. Justo el perímetro que calculó José Ramón. “La habitación es redonda”, piensa.

sábado, 12 de febrero de 2011

Delito

Sé que está de moda y es el tema más repetido en las noticias. Sé que cuatro de cada cinco personas conocen a alguien que ha sido víctima de un delito. También reconozco como verdadero el problema de la puerta giratoria en las cárceles. Pero hasta hace poco, la delincuencia sólo era un fantasma para mí. Eso hasta que plagiaron mi cuento favorito. Eso sí que es un crimen… y exijo justicia.

viernes, 28 de enero de 2011

Algas Marinas

            La sigue desde hace tiempo. La observa hacia los lados y pasea como si fuera algo casual, pero ella tiene demasiada experiencia en estas lides, por eso reconoce de inmediato sus intenciones. Está cansada. Se siente vieja y fea. Duda. Quizá ese joven no busca sexo, solo es una coincidencia. Entonces sus miradas se cruzan y el muchacho voltea nervioso.
Ahora está segura. No es su imaginación.
Tiene dos opciones: enfrentarlo o huir. Mientras se aleja, piensa dónde ocultarse. El lado Norte siempre está en penumbras y hay rocas, cuevas y otros escondrijos. Decide ir para allá, pero entonces se le ocurre una idea. Camino al Norte, se detiene en medio de la Rotonda. Si él pasa por la derecha, lo rodeará por la izquierda o viceversa. Le dará una vuelta al asunto. Literalmente. Se esconde entre la vegetación, pero cuando él aparece, no sigue derecho, sino que recorre la rotonda. Adivinó su plan. Ahora solo es cosa de tiempo para que la atrape. Quizá no la vea entre el denso follaje, pero lo duda. Está vestida de naranja y blanco, colores que resaltan como un rascacielos en medio de la selva. Mientras piensa en camuflajes, él pasa de largo. De inmediato aprovecha la oportunidad y huye en sentido contrario.
            Ahora se detiene en la Rotonda del lado Sur. Es imposible que la vea. ¿Y si la huele? Está nerviosa. Su respiración es agitada. En ese lugar la vegetación es rala y el sol alumbra todo. Si se acerca, la verá de inmediato. No hay un solo recoveco donde ocultarse. Entonces recuerda que un poco más allá está el bosque de Loto, que es oscuro y frondoso. Ése sería un buen escondite.
            Avanza treinta y siete centímetros hacia el Sur cuando él la encara. Ella lo empuja, pero el joven es fuerte y resiste sus embates. Odia a los adolescentes, tan bruscos e impetuosos. Siempre están calientes. Creen que mientras más se aparean, más machos son. Se libera con un brusco movimiento de cadera y huye al bosque. Él la intercepta y la empuja hacia las frondosas algas. Antes le pareció un buen escondite, pero ahora se da cuenta que ahí, en medio del bosque de Loto, nadie llegará en su ayuda. La excitación vuelve loco al muchacho y la empuja con más vehemencia. Esquiva un nuevo empellón con un fuerte movimiento de cola. Él se lanza furioso contra ella.
            Por fin la inmoviliza. Ya no tiene escapatoria. Ahí, oculto por las sombras, comienza a presionarla. La empuja y golpea contra las espesas hebras verdes que flotan pegadas a la pared, cada vez con más vehemencia, hasta que ella, resignada y cansada, suelta millares de huevos. Él, histérico, extasiado de placer, nada en un mar de feromonas, suelta su semen y fertiliza las minúsculas esferas. El ritual de apareamiento del Carassius está completo.

-         Este cuento me recuerda al modo en que se aparean unos hijos de puta que andan sueltos por ahí. ¿Sí? ¿A ti también?




Nota del autor: este cuento está inspirado en la pintura
"Algas Marinas" de Luis Vargas Rosas... y en mi pileta con peces (carassius).