martes, 16 de octubre de 2012

De Mozo


        A ver, vayamos por parte, dijo el descuartizador. Lo primero es decir que en realidad no soy mozo, sino un escritor advenedizo que va por la vida afirmando que es mozo. Y las razones de dicha patraña son las que originan este relato.

Las circunstancias por las que me inicié en el oficio de garzón son dos: la primera, y quizá la más importante, una total ausencia de talento para escribir cualquier porquería, incluso mi nombre. Y la segunda, urgencia vital por el dinero.
            Todo empezó hace varios años, cuando un amigo me ofreció pega de garzón en un bar ubicado en Pío Nono, en pleno Barrio Bellavista. Yo llevaba un año cesante y dormía donde cayera. Esta afirmación es literal, porque en esos días andaba tan borrado que pasaba la noche en cualquier lugar, incluidas plazas, casas abandonadas, paraderos de buses, burdeles y en muchas ocasiones, en una confortable comisaría. Muchos pensaran que pernoctar en una celda hedionda es un total y absoluto desagrado, pero les aseguro que no es así, lo malo no es dormir, sino despertar.
Fue en estas circunstancias de mi vida cuando me ofrecieron el trabajo de mozo y después de pensar los pros y contras, decidí aceptarlo.