La verdad es que no tengo experiencia en escribir reseñas, así que no sé por dónde comenzar. Imagino que lo habitual es resumir la historia y ahondar en los detalles más interesantes, pero como soy distraído, capaz que les diga algo que no deban saber, o peor aún, capaz que les cuente el final. Entonces, y para no arriesgarme, prefiero relatar lo que me sucedió cuando leí el libro.
Sergio Amira y Martín Muñoz son los autores de esta obra y tres meses atrás me pidieron que presentara su novela en la F.ILSA 2013. Por supuesto, acepté de inmediato. De esto pasó mucho tiempo y como es habitual en Chile, me entregaron el libro el viernes, apenas 5 días antes de la presentación. “Cagué – pensé – tengo que leer este libraco de eternas 200 y pico páginas, y con miles de cosas por hacer”. Pero ya estaba comprometido, así que hice lo que todo buen estudiante hace: conté los días que me faltaban para la presentación y los dividí por el número de páginas. El resultado: 58 hojas diarias. Por supuesto, no comencé ese mismo día, porque… porque no tenía ganas, así que lo dejé para mañana. Total, el sábado leo el doble. ¿Les suena familiar? ¿No? Pues bueno, quizá esto les resulte más conocido: comencé a leer el domingo después de almuerzo.
WARM BLOODED KILLERS es como correr una carrera: la historia avanza tan rápido como eres capaz de leer. Aunque una mejor comparación es una caída. Es como descender por la madriguera del conejo en busca del País de las Maravillas.
Al principio me sentí feliz y animado con la caída, igual que Alicia, ávido por descubrir lo que hay al fondo. Y con esa sensación me embarqué en un viaje donde dos espías retirados se cobran una antigua deuda. Entonces me preparé para leer una novela de espionaje, porque además de los ex agentes secretos, hay una Compañía y una femme fatale. Y hasta ahí la bajada me resulta familiar, pues me enfrentaba a James Bond y su chica de turno.
Pero el agujero de Alicia es mucho más profundo de lo que suponía. De pronto me doy cuenta que no es Lewis Carrol quien me acompaña, sino los hermanos Wachowski. Me siento como Neo cuando Morfeo le entrega la píldora roja y lo invita a descubrir que tan profundo llega la madriguera del conejo, porque a esta altura, la historia tiene más que ver con Matrix que con James Bond, lo cual suponía, porque los guiños de los autores son suficientes para ver que no me enfrento a una novela de espionaje, sino más bien a una obra de ciencia ficción.
Y aquí sigo leyendo feliz, entretenido y mucho más tranquilo, porque la trama continúa por los caminos que imaginé. Entonces llega la hora de tomar el té.
A estas alturas no quería soltar la novela, así que me senté en la mesa y comí y leí al mismo tiempo. Obviamente la osadía me duró poco y mi novia me hizo cerrar el libro. Es de mala educación, me dijo, y aunque sé que tiene razón, esperaba pasar piola. Sin embargo, el receso me ayudó a repensar la novela y sus personajes: leía una entretenida historia de espías en un contexto de ciencia ficción.
Luego del té y la característica sobremesa del domingo, retomo la lectura. Y a poco andar vuelvo a rodar y sigo cayendo, porque el agujero se extiende hasta las mismas fronteras de Wonderland. Y en el País de las Maravillas la historia se muestra completa, llena de violencia, acción, sangre, sexo, semen y una vorágine de emociones que construyen una trama que me tiene atrapado y con ganas de seguir.
Al final terminé el libro el lunes a las 01:30 de la madrugada… y creo que ese simple hecho es la mejor reseña.
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