lunes, 2 de diciembre de 2013

Naturaleza Humana

  
      En el Parque Nacional Serengueti convive uno de los ecosistemas más diversos y apasionantes. Es una de las más amplias sabanas del planeta y su principal variedad vegetal son las gramíneas, que crecen junto a espinos, acacias y otros arbustos menores. Este lugar es la reserva natural más visitada de Tanzania y la principal razón son sus 5 habitantes más famosos: el leopardo (Panthera pardus), el rinoceronte (Rhinocerotidae), el elefante (Elephantidae), el búfalo cafre (Syncerus caffer) y por supuesto, el rey la selva, el gran león del Serengueti (Panthera leo).
Es un lugar humilde, ubicado a una legua de la plaza de armas, de ahí su nombre. Pero la zona que nos convoca es la llamada Legua Emergencia, población que nació en 1951 y que surgió como una solución de emergencia a la problemática habitacional que vivían los ciudadanos de aquella época. Por sus orígenes, la arquitectura vial fue improvisada, creada por los propios habitantes y sin ningún tipo de regulación. Al no poseer automóviles, transformaron pasajes y veredas en el único medio para unir calles y casas. Es por eso que el acceso en vehículo es difícil y los caminos tienen recovecos y escondites en cada esquina. Y esta característica hace de esta zona el hábitat ideal para delincuentes y narcotraficantes. La razón es evidente, múltiples escondites y vías de escape, además que el ingresó de la policía resulta particularmente difícil, pues los accesos son estrechos y las patrullas son visibles desde lejos. Por estas causas, y probablemente muchas otras, la Legua Emergencia y todos sus terrenos están cada día más devaluados y cerca del sesenta por ciento de sus habitantes vive bajo la línea de la pobreza, eso sin considerar que un veinte por ciento es indigente. Y son estas mismas razones las que hacen de este lugar, el coto de caza del Rey León (Héctor Meneses Meneses).


            El rey león recorre su territorio cuando cae el sol. Aunque no tiene un horario definido, suele estar más activo en las noches, cuando la temperatura es más agradable. Un león macho dormita un promedio de 20 horas diarias y dedica solo cuatro a pasear por ahí, generalmente para marcar su territorio. El área de su manada es una basta región que el félido tarda varias semanas en demarcar, pero este macho conoce bien sus tierras, por eso visita la sección noroeste con mayor frecuencia, ya que está cerca del lago Victoria, el segundo lago de agua dulce más grande del mundo y en esta época del año, uno de los pocos lugares donde hay agua para beber.
Aparte de la escasez de lluvia y alimentos, lo único que preocupa al líder de la manada es la aparición de otro macho. Por eso su reacción es tan agresiva cuando siente el aroma de un león que ronda su territorio. Sabe lo que eso significa. Si tiene suerte, el macho nómade se irá de ahí sin causarle problemas, pero lo más probable es que deba luchar para conservar su liderazgo.
En la otra manada, el líder es el Care’jarro (Juan Olarra Gozález), un delincuente habitual que ha pasado más de la mitad de su vida entrando y saliendo de centros penitenciarios. Recibió su apodo en una pelea, cuando su rival le arrancó la oreja de un mordisco. Al final de la gresca se irguió como vencedor y con ello, se ganó el respeto de su jauría, y también el apodo, consecuencia lógica, pues los jarros solo tienen una oreja o asa para tomarlos.
-          Ya huevón. Esta es tu oportunidad de entrar al club. El Escarfeis (Emilio Tapia Arce) te va a decir lo que tení que hacer – afirma el Care’jarro mientras apunta a su lugarteniente. Luego entra a su dormitorio y cierra la puerta tras él.
El Escarfeis sale de la casa y atrás lo sigue el Pirata (Alejandro Pérez Yanquileo), un adolescente moreno, con los ojos hundidos, el pelo mal cortado y delgado como el esqueleto de una bandera pirata.
Escarfeis lo deja en la esquina de Nuño da Silva y Álvaro Sánchez, una bifurcación donde hay una plaza con un par de árboles, una cancha de baby fútbol y mucha tierra seca. Ningún arbusto o prado verdea el lugar. El adolescente sabe que es el territorio del Rey León, pero si quiere ganarse un lugar dentro del grupo, debe cumplir con esta encomienda, cuyo único objetivo es desafiar al principal rival del Care’jarro. Pero el riesgo vale el sacrificio, pues la recompensa por pertenecer a la manada es pasta base de la buena, no como la droga cortada con yeso que suele consumir.
No tuvo que esperar demasiado para encontrar clientes, pero tampoco pasó inadvertido mucho tiempo. El Sapo (Eduardo Cisternas López), apenas lo vio, lo acusó a su jefe.
-          … es el Pirata. Te digo que el Care’jarro te está hueviando. Vos tení que marcar tu territorio. No podí dejar…
-          ¡Ya hueón! Sí sé lo que tengo que hacer – afirma el Rey León, mientras acaricia una pistola plateada.
Desde que percibió el desafío de su rival, el macho alfa recorre con más frecuencia los lindes del lago Victoria. Quiere saber si el otro león se marchó o deberá luchar por sus derechos. Durante un par de semanas no descubre nada y su aroma permanece inalterable en el ambiente, mas una tarde calurosa, se encuentra con su oponente. Para su desgracia, el retador es un gigante de dos metros y medio de largo, y doscientos cincuenta kilos de peso. Como el Parque Nacional Serengueti está en Tanzania, llamaremos a este macho Simba, que significa león en Suajili.
Simba es más grande que su rival y además, no está solo. Lo acompaña su hermano, otro macho adulto, quizá un poco menor en talla, pero igual de fiero y desafiante. El líder de la manada emite un rugido a modo de advertencia, a la vez que encara a sus dos contrincantes. Pero en el Serengueti no hay espacio para el honor o las peleas justas y este macho lo sabe demasiado bien.
De lejos huele los problemas. El Rey León, el Sapo y dos soldados avanzan con paso decidido hacia él. Puede huir y salvar la mercancía que aún le resta por vender, pero su objetivo es otro, como bien le explicó Escarfeis. Su misión es quedarse ahí y aguantar la bravata que sus rivales le impondrán. No espera un castigo terrible, supone que le quitarán la droga y le darán una paliza, pero eso está en los planes. Ha recibido muchas golpizas antes y una más no lo asusta demasiado. Claro que el Pirata no sabe, y nadie se molestó en explicarle, que los enredos territoriales entre el Rey León y el Care’jarro hace rato que pasaron de los golpes.
-          ¡Qué hací acá! Vos sabí que ésta es mi calle. ¿O no sabí? huacho culiao – enrostra el Rey León al joven adicto.
-          No sabía que la calle llevara tu nombre – bromea el Pirata, con la esperanza que esto le reste golpes a su castigo.
-          ¿Así que no sabí? – pregunta desdeñoso su rival, quien con una seña hace que sus hombres rodeen al Pirata y lo arrodillen frente a él – Tráiganlo pa’cá – dice. Los tres soldados arrastran al muchacho hasta un tronco cortado y ahí apoyan su mano. El Rey León saca un cuchillo carnicero y le obliga a estirar el dedo meñique.
-          ¡Que vai a hacer! – protesta el Pirata sin creer lo que ocurre. - ¡¡Maricón reculiao!! – alcanza a gritar cuando el Rey León, con golpe seco, cercena el dedo desde el nudillo.
-          Dile al Care’jarro que si quiere problemas, los va a tener – afirma el Rey León mientras introduce el dedo ensangrentado en el bolsillo de la camisa del Pirata.
Después del brutal encuentro, el mensaje es claro y las consecuencias, evidentes. Apenas sobrevivió y ahora deberá vagar por la sabana solo, se transformó en un paria y su cola mutilada es prueba de ello. Pero a pesar del exilio, este espécimen no puede quejarse, fue líder de su manada durante cinco años, mucho más de lo habitual en este lugar. De hecho, el promedio de vida de un león macho es de ocho años, y él está por cumplir diez.
Mientras su contrincante huye, Simba ruge a los cuatro vientos su victoria y el potente sonido alcanza los aguzados oídos de las leonas, quienes auguran un sangriento porvenir. Ellas conocen las leyes del Serengueti y saben lo que sucederá cuando el vencedor reclame sus derechos.
Apenas aparecen los dos leones, las hembras intentan una feble defensa, pero los machos son inmensos y así se lo hacen saber a las angustiadas madres. Para demostrar su poderío, asesinan de forma brutal a la leona más anciana y luego olfatean el rastro de sus víctimas, la última camada de la antigua era. Las pequeñas crías maúllan aterrorizadas, el aroma a sangre les advierte que una matanza está por ocurrir.
El territorio del Rey León es invadido por foráneos. Las cámaras de televisión se pelean a codazos para transmitir la noticia del día: balacera en la Legua; tres muertos. En una improvisada conferencia, el comisario de la Policía de Investigaciones informa lo sucedido.
-          Hoy, a las 17:45 horas aproximadamente, un enfrentamiento entre bandas rivales ocurrió en la calle Santa Catalina, resultando tres hombres muertos. Uno es Héctor Meneses Meneses, alias el Rey León, líder de una peligrosa banda de narcotraficantes del sec… - antes que termine la frase, la bandada de reporteros grazna una lluvia de preguntas que el interpelado detiene con su mano en señal de alto – No hay nada más que informar por ahora. No habrá preguntas. Les agradezco su comprensión – termina el oficial y se retira del lugar.
Desde la esquina, oculto bajo una capucha azul, el Sapo vigila la marea humana que invade su otrora seguro territorio. Sabe que con su líder muerto, su vida pende de un hilo, o mejor dicho, depende de los nuevos señores de La Legua, el Cere’jarro y su manada. Aunque el Sapo tiene información relevante para sus rivales y es un hombre astuto en cuestiones de delito, su historia está demasiado ligada al Rey León. Por eso, si quiere sobrevivir, debe buscar refugio lejos, donde nadie conozca La Legua y su particular ecosistema social.
Atrás quedan los cadáveres sanguinolentos de la leona y los siete cachorros. Dos machos adolescentes salvaron la vida, pero fueron exiliados. Están condenados a ser nómades hasta que conquisten una manada o mueran en el intento.
El olor a sangre atrae a los carroñeros de la sabana, quienes lucran con la carne de los muertos. Los primeros en llegar son los buitres (Torgos tracheliotus), que vuelan en círculo sobre los cadáveres. Pronto se unirán al banquete hienas (Crocuta crocuta) y chacales (Canis adustus).
Después de caminar durante dos días, la manada se detiene en un pequeño grupo de árboles. Hay dos acacias, cuatro espinos y varios arbustos pequeños. Esta breve vegetación significa mucho para Simba, pues le brindará sombra y un lugar apacible para esperar mientras las leonas van de cacería.
Ahora que no existen las crías, las cuatro hembras salen en busca de comida y esto aumenta sus probabilidades de éxito. Además, las dos leonas jóvenes acompañan por primera vez a las adultas. Si el tiempo pasa y las adolescentes no aprenden a cazar, se quedaran sin alimento.
Simba emite varios rugidos graves y largos, luego sigue con otros más agudos y cortos. El sonido se escucha a ocho kilómetros a la redonda y es una clara advertencia para su harem, deben apurarse, está hambriento. Luego se acuesta a dormir entre los arbustos.
El atardecer pinta de rojo, rosado y naranjo el imponente paisaje de la sabana del Serengueti. El majestuoso volcán Ol Doinyo Lengai duerme un plácido sueño.
A medida que el ocaso da paso a la noche, los pasajes de la Legua Emergencia comienzan a quedar desiertos. Ni policías ni periodistas quieren permanecer ahí más tiempo del necesario. Mientras, en un lejano burdel, el Care’jarro y su manada disfrutan de una orgía privada.
Quizá el Care’jarro no tenga una educación formal y tampoco sepa leer con fluidez, pero estudió en la universidad de la vida y en esa escuela, si no sabes reconocer la idiosincrasia de una persona, es mejor que te retires. Y fue precisamente por eso que eligió al Pirata como su gatillo, pues a pesar que el muchacho no carga con ningún delito grave, el Care’jarro vislumbró de inmediato su naturaleza vengativa. Asesinar no es fácil, incluso para quien no tiene nada que perder, pero el huesudo adolescente aún estaba furioso con el Rey León. Cortarle un dedo así como así, como quien le saca la cola a una lagartija, eso es algo que no está dispuesto a perdonar.
Desde su pequeño paraíso, el Care’jarro se vanagloria por el éxito de su plan. Él jamás se atrevería a dispararle al Rey León, primero porque es un cobarde, pero más importante aún, porque la policía hubiera corrido tras él para culparlo del crimen. En cambio ahora, mientras la balacera ocurría, él estaba a kilómetros de distancia, en una bacanal digna del dios del vino.
El Pirata, ajeno a la manipulación de la que había sido objeto, llega al burdel con el Negro (Yoni Araya Jenkins), pues su otro compañero falleció como un animal, con una bala en el hombro y otra en la cabeza.
Apenas entran, el Escarfeis los recibe como héroes y les ofrece lo que quieran, coca, pasta base, mujeres, trago, todo para sus mejores amigos. A varios metros, el Care’jarro los aplaude. De inmediato, el Pirata y el Negro se van a un privado con tres putas rubias, demasiado pintadas y algo ajadas por la vida, pero probablemente las mujeres más apetitosas que jamás hayan saboreado.
Durante la temporada seca no solo escasean las presas, también ralea la vegetación, y la hierba seca y baja que cubre el suelo no es camuflaje suficiente para ocultar a las leonas. Pero ese día tienen suerte y se encuentran de frente con una familia de Jabalíes Rugosos (Phacochoerus). Suerte para ellas, porque para ellos es una sentencia de muerte.
La madre intenta cubrir la huida de sus pequeños jabatos, pero a pesar que sus cuatro colmillos representan una amenaza formidable, incluso para una leona adulta, la superan en número y mientras tres hembras se ocupan de la madre, las otras tres persiguen a la indefensa camada.
En lugar de asesinar de inmediato a los jabatos, las dos leonas jóvenes juegan con ellos para entrenar sus habilidades depredadoras, pero pronto se aburren y matan a sus presas. La misma suerte corre la madre. Las cazadoras festinan con su carne, pero saben que no es suficiente para alimentar a seis hembras y dos machos adultos. La cacería recién comienza.
A poco andar encuentran un barrial donde aún es posible extraer algunos litros de agua. Pero la tarea no es fácil, pues ese pequeño charco es el hogar de varios cocodrilos del Nilo (Crocodylus niloticus). Habitualmente, un león no debiera temer a un cocodrilo, pues ellos prefieren presas más pequeñas y fáciles de atrapar, pero cuando el agua y la comida escasea, la desesperación puede obrar milagros.
Las cazadoras hacen guardia mientras una a una beben en la orilla, todo sin perder de vista a los portentosos reptiles, que llegan a pesar una tonelada y medir más de seis metros. Pero basta una pequeña distracción para que una leona joven reciba el veloz ataque de un cocodrilo y sea arrastrada al centro del lodazal, donde seis lagartos la destazan en pocos segundos. Mas la vida, cada vez que quita algo, da algo. En este caso, fue la llegada de una pequeña manada de gacelas de Grant (Nanger granti) que al igual que las leonas, se acercaron en busca de agua.
Cuando ven a las depredadoras, se detienen en seco. Ahí están las gacelas, con sus cabezas levantadas, los ojos bien abiertos y la adrenalina bombeando fuerte en su sistema nervioso. Solo hay veinte metros entre víctimas y victimarios. Comienzan a retroceder poco a poco, con fingida indiferencia. Un par metros adicionales es toda la ventaja que necesitan.
Los leones son animales veloces, llegan a los sesenta kilómetros por hora, pero son de carrera corta y lo saben. Por eso de inmediato se lanzan tras las gacelas. Logran atrapar a una hembra adulta y a una cría pequeña, que en medio del caos se rompió una pierna. Una leona se monta sobre ella y con su hocico cubre su nariz y boca hasta asfixiarla.
Los machos aguardan impacientes el regreso de las leonas, las olfatearon hace horas y aún no llegan. Por eso, apenas aparecen, se lanzan sobre la comida. Dejan poco de la gacela adulta, aunque casi no tocan a la cría. Las sobras son para las cazadoras.
Con su rival muerto, el nuevo líder saborea su botín. Ahora el Care’jarro es amo y señor de la Legua Emergencia y una feble paz reina en el ambiente. Pero que la manada tenga un solo líder, no significa que desaparezcan las disputas entre ellos, las cuales suelen ser motivadas por el alcohol y la angustia por un nuevo pitillo de pasta.
Esta noche en particular se hace más complicada. Aunque ellos no lo saben, el Care’jarro y el Escarfeis cortaron la droga más de la cuenta, por eso los papelillos que les dieron para su consumo personal no son capaces de aplacar su creciente angustia. Y la lucha por más pasta prende como hierba seca.
El Pirata es el más angustiado de todos, e insiste en quitarle su dosis a un chico nuevo, aún más flaco y ojeroso que él. Obviamente, el muchacho defiende su droga, pero el Pirata no deja escapar a su presa. La gresca sube de nivel y ante la inesperada resistencia del esmirriado muchacho, se ve obligado a sacar el revolver que el Care’jarro le pasó para defenderse.
Todo ocurre tan rápido que ninguno de los presentes sabe exactamente cómo sucedió. Recuerdan que el muchacho corrió para salvar su último papelillo y el Pirata, en un acto reflejo, disparó con mano trémula. El temblor de su cuerpo no es causado por los nervios, sino por la abstinencia, pero las razones no importan, el hecho es que falla y su bala se desaparece en el silencio de la noche.
Entonces escuchan el grito desgarrador de una mujer. La bala perdida destrozó el cráneo de su hijo, un niño de apenas cinco años. Todos quedan impactados y aún más el Pirata, quien antes de disparar, con sus últimas gotas de empatía, apuntó a las piernas de su rival.
Con las crías muertas, en pocas semanas las hembras entran en su fase de estro y de inmediato los leones quieren prolongar su estirpe, su instinto así se los ordena, igual como lo ha hecho durante los últimos diez mil años. En general, una manada puede tener uno, dos y hasta tres líderes, pero la naturaleza no entiende de estadísticas y Simba intenta expulsar a su hermano. Aunque menor en talla y peso, el otro macho no se irá sin luchar, y así se lo hace saber con sus potentes rugidos. De esta batalla, solo uno sobrevivirá.
Aunque la ley no significa mucho para la manada, hay normas básicas que hasta los ellos comparten y respetan. Una de ellas es jamás matar a un niño. No importa si es casualidad o un accidente, no interesa si es un asunto de vida o muerte, jamás matarás a un niño. Y el Pirata lo sabe. Por eso huye antes que sean sus propios compañeros quienes lo cacen. Escapa junto al Negro, su amigo de infancia y la única persona en quien confía.
El Care’jarro pone un alto precio por el Pirata. El famélico joven será un ejemplo para la manada, debe dejar claro que algo así no puede ni debe repetirse. La acción del Care’jarro no busca castigar al culpable, sino establecer quien es el señor de La Legua. Además es su deber, si deja sin sanción al Pirata, la gente se levantará no solo contra quien disparó, sino contra él, que es el encargado de mantener la paz en el barrio.
A pesar que el Pirata y el Negro son leales entre sí, ninguno puede estar demasiado tiempo sin su preciada pasta, por lo que el Negro va en busca de una dosis al único lugar que conoce, la Legua Emergencia. Apenas pisa el barrio, los soldados le anuncian al Care’jaro la llegada del “amigo del Pirata” y éste manda que lo traigan a su presencia. El señor de La Legua interroga al muchacho, quien niega conocer el paradero de su huesudo amigo, pero el Care’jarro, conocedor de las debilidades de la carne, compra la confesión del Negro con dos papelillos de pasta y la promesa de no matar al Pirata.
Con la llegada de la temporada lluviosa, el Serengueti se llena de vida. Una gigantesca manada de ñus (Connochaetes taurinus) caminan y pastan con calma, sin notar las tres leonas que los acechan. Las cazadoras ubican a su víctima, un ñu grande y fuerte, pero que cojea de su pierna derecha. Fue mordido por un cocodrilo mientras cruzaba un río y esa simple mascada basta para condenarlo, porque si no son estas tres hembras, será la infección de la herida u otro depredador quien acabe con él.
Cuando vuelven, Simba las espera hambriento. Consume con voracidad el ñu mientras el resto de la manada lo observa de lejos. Intentar comer junto a él podría costarles la vida. Después de treinta minutos de tragar y masticar, se aleja de ahí y deja que los demás se alimenten. Va a dormir otra vez.
Despierta al atardecer y decide recorrer los lindes de su territorio. Demarca los límites con sus orines y olfatea diligente cada rincón en busca de alguna amenaza. De pronto encuentra las heces de un león. Por el tamaño de la bosta, el félido debe ser un titán, pero esto no amilana a Simba. Conoce las leyes del Serengueti: si otro macho lo desafía, debe aceptar o huir.
Pocos días después, el Pirata está de vuelta en su terruño y disfruta de la hospitalidad del líder de la manada. Amarrado en una silla es vapuleado inmisericorde por Escarfeis, quien muestra especial placer al golpear a un hombre indefenso. Después de un rato, el Care’jarro explica al Pirata por qué no puede perdonar su ofensa y espera que no lo tome como algo personal. Entonces agarra una tijera para trozar pollos y con ella le corta el dedo anular, dejando al muchacho con apenas tres dedos en su mano izquierda. Luego, el Escarfeis lo lleva a la casa de la madre del niño baleado y lo obliga a pedir disculpas. Como es obvio, la mujer llora la pérdida de su cachorro y golpea a su asesino, pero nada la consuela. Sin embargo, también conoce las leyes del lugar donde habita. Resignada, cuando se cansa de sacudir al malherido muchacho, entra a su casa sin decir palabra.
El Escarfeis, como buen ciudadano, lleva al Pirata a la comisaría móvil que está en la entrada de La Legua, en Jorge Canning con Santa Rosa. Su objetivo es entregarlo a las autoridades como el autor del homicidio del niño. Lo que no sabe ninguno de los dos, es que el Negro, motivado por la culpa de haber traicionado a su amigo, espera agazapado en busca del mejor momento para liberar al Pirata. Y éste se presenta apenas una cuadra antes de llegar a Santa Rosa, cuando en una distracción de Escarfeis, el joven lo ataca y entre ambos le quitan su pistola. Después huyen de ahí.

El Pirata y el Negro saben que nunca podrán regresar a La Legua, eso mientras el Care’jarro siga siendo el jefe, pero el Pirata no se conforma, su naturaleza no lo dejará olvidar y mucho menos perdonar. Después de todo, piensa el muchacho, fue él quien eliminó al Rey León, fue él quien puso al Care’jarro al mando, y ahora será él quien lo saque del poder. Solo debe esperar el momento apropiado para desafiarlo.

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