1.-
Jimbo
pone leña bajo el caldero negro. Las llamas se reflejan danzarinas sobre la
pared, donde un pentagrama invertido luce más rojo que nunca. La puerta se abre
y Jimbo hace una reverencia para recibir a su ama.
Catalina
de los Ríos y Lísperguer entra como un alma en pena a la habitación redonda. Su
piel opaca se escurre por las marcadas arrugas que surcan su rostro. Sus ojos
son dos líneas rojas rodeadas de purpúreas ojeras. De la radiante belleza que
antes lucía ahora solo queda el andar majestuoso y el cuerpo delgado y largo.
-
Llamad al otro – ordena Catalina sin voltear a ver a su sirviente. Jimbo
desaparece entre las sombras. Un gato negro maúlla mientras la puerta se
cierra.
El
caldero está en el centro exacto de la habitación y sobre él, un boquete
abierto por donde escapa el humo. Catalina observa a través del orificio como
la luna llena comienza a entrar en su campo de visión. En el brebaje que hierve
dentro del caldero se refleja su imagen, pero en lugar de brillar ambarina,
relumbra roja como la sangre. Avanza lentamente sobre el burbujeante líquido, hasta
que la circunferencia de la luna se ve por completo.
-
Maestro – dice
Catalina, a la vez que se arrodilla. Sobre la luna roja se impone una sombra
negra, que luego se reduce hasta transformarse en una delgada línea, similar a
la pupila de un reptil – es un honor sentiros.
Muy lejos de ahí, en España, en la cima
de la torre más alta del castillo imperial, una oscura figura masculina observa
el paisaje que se muestra a sus pies. Sus ojos felinos refulgen rojos dentro de
la oscuridad de su capucha.