viernes, 5 de agosto de 2011

La vida no me pesca...



            Si supieran lo que me ocurre, pensarían que estoy loco. Pero no es así, es solo esta puta vida que no se aburre de maltratarme. Porque la vida es injusta, todos lo sabemos, pero conmigo ha sido una perra. Y desde muy pequeño, cuando apenas era un niño, me di cuenta que se ensañaría conmigo.
               Fue un verano cualquiera, como todos los que pasaba en Viña con mi familia. Siempre apretados en el departamento, pero no importaba mucho, ya que estábamos casi todo el día en la playa. Y como era cruzar la calle y tirar la toalla, hasta yo podía ir solo sin que nadie se preocupara demasiado. Digo hasta yo, porque entonces tenía como 8 ó 9 años y comprenderán que a esa edad es raro que un niño vaya solo a la playa.
Como nunca, ese año éramos 12 en el departamento. Para imaginarse lo hacinados que estábamos, bastará decir que había sólo 8 camas, distribuidas en 3 piezas, living y comedor. Recuerdo que hasta la mesa se transformó en camarote, con el papá de la Titi durmiendo encima y Joaquín abajo, en el suelo.
Frente a la escasez de espacio, a los adultos no se les ocurría nada mejor que mandarnos a jugar afuera, para que ellos pudieran descansar. Así, todos los niños, y no éramos pocos, pasábamos en la playa, la avenida Perú o por los estacionamientos del edificio.